Todos venimos reclamando y señalando que es necesario y preciso un cambio en el modelo productivo del país. Además, parece existir un consenso casi unánime en que el camino pasa por ser capaces de desarrollar actividad económica basada en sectores intensivos en conocimiento y reindustrializar el territorio bajo el concepto de la manufactura avanzada.
A la hora de evaluar en qué punto del trayecto nos encontramos los datos hablan por sí solos. Si bien la producción científica ocupa un lugar destacado, TOP 10 mundial, nos queda camino por recorrer para posicionar en un lugar similar la conversión del conocimiento generado en un producto, servicio o tecnología, es decir, en convertir el conocimiento en PIB.
La innovación no es un proceso lineal, por tanto, está sometido a dinámicas mucho más complejas que las de un proceso del estilo de: yo descubro y te transfiero, tú desarrollas e industrializas y él comercializa. Además, debería ser una obviedad el afirmar que la pieza clave en el proceso de innovación es el talento, o lo que es lo mismo, las personas. Son ellas, en sus diferentes ‘configuraciones’, las únicas que pueden hacer una realidad que el conocimiento llegue al mercado y el ciclo del conocimiento se cierre llegando así a ser sostenible y de esta manera, acabar conformando un verdadero ecosistema de innovación que permita afirmar que hemos cambiado el modelo productivo.
Crear un verdadero ecosistema de innovación (que no de conocimiento) va mucho más allá, aun siendo necesario, de disponer de parques tecnológicos, centros tecnológicos, universidades, grupos de investigación, empresas, clientes… Es condición necesaria conseguir que se retroalimenten y relacionen de manera sostenida y sostenible, o dicho de otra manera, que necesiten intercambiar (conocimiento) para poder existir.
Creo que desde el 2008 todos tenemos muy claro que los recursos no son infinitos y consecuentemente el ecosistema de innovación no se puede dedicar a hacer de todo, ni tan sólo a hacer un poco de todo, sino que hay que elegir. Ejercicios como el del RIS3 (especialización inteligente) son básicos e imprescindibles, ahora bien siempre y cuando sean genuinos y acabemos apostando, es decir, eligiendo, es decir, descartando, sino sólo habremos quemado una etapa más y marcado una caja, pero no habremos avanzado.
En este contexto y con el único objetivo de compartir y en ningún caso sentar cátedra, desde uno de los grupos de trabajo que integra la Fundación CYD, el Club CYD, se han recopilado y analizado los mecanismos de intercambio de conocimiento existentes en las empresas que componen dicho grupo. El resultado perseguido es poner a disposición del tejido empresarial y el mundo universitario una guía, de pretensión muy práctica, que pueda ayudar y acompañar en la selección y diseño de la ‘mejor opción’ a la hora de crear una plataforma para el intercambio de conocimiento. (http://www.fundacioncyd.org/publicaciones-cyd/estudios-cyd)
El trabajo se ha centrado en identificar ‘las mejores soluciones’ (dentro del universo estudiado) que permitan crear una interfase (plataforma) de intercambio entre la universidad y la empresa atendiendo a la fase de la cadena de valor de la innovación en la que se quiere trabajar por un lado, y la voluntad de continuidad en el tiempo de dicha plataforma. En el documento se detallan soluciones tales como: grupos mixtos de investigación, organismos de investigación público-privados, acuerdos de servicio, acuerdos de explotación de patentes, centros de excelencia, living-labs, spin-offs…
En la parte final del trabajo se hace un análisis de los motivos que originan que se produzca una desconexión entre la ciencia y el mercado, es decir, entre el interés científico y el interés industrial. La razón de base apuntada en el estudio se centra es el grado de incertidumbre, es decir, el nivel de riesgo. Entre la publicación y el prototipo a escala industrial hay una distancia excesiva, en una buena parte de los casos, para que el riesgo sea asumido exclusivamente por la empresa. En un intento de proponer mecanismos que puedan ayudar a cerrar ese ‘gap’ se hacen un conjunto de recomendaciones que se pueden agrupar en dos bloques:
- Dotar a empresas y universidades de una interface, basadas en personas, que haga posible un intercambio eficaz bajo la figura de lo que se ha denominado el ‘analista de conocimiento y mercado’. Figura en la que el perfil del doctor (con competencias de desarrollo de producto y mercado) puede encajar perfectamente y que para el caso de la empresas podría ocupar posición de Product Manager y en el caso de las universidades probablemente debería estar a nivel de grupo de investigación.
- Realizar una ‘discriminación positiva’ desde el punto de vista fiscal para los ingresos resultantes de aquel conocimiento que con origen universidad la empresa lleve al mercado, premiando así a las empresas que desarrollen conocimiento con las universidades. En sentido contrario, es decir, para dinamizar el flujo universidad-empresa, se plantea la posibilidad de establecer una política que ‘fuerce’ a que una parte del presupuesto universitario tuviera que tener origen en los royalties y derechos de explotación de los acuerdos firmados con las empresas, con la aspiración que la tercera misión de la universidad pudiera llegar a auto sostenerse en gran medida en base a su propia actividad.
Sin lugar a dudas estamos delante de una cuestión apasionante, a la que todos debemos prestar máxima atención ya que nuestro futuro depende de ello. Es necesario acabar con debates estériles y acelerar el ritmo de actuación, porque si algo caracteriza a la sociedad en la que vivimos, además de la generación de conocimiento, es la velocidad a la que pasan los acontecimientos y cambia el entorno.
Manuel Cermerón Romero,
Director General Aqualogy S&T,
Patrono Fundación CYD