El compromiso social de las universidades

Parece como si el compromiso de las universidades con el desarrollo económico en su área territorial de influencia, fuese antitético con otros compromisos culturalmente más internalizados por los colectivos universitarios. Me refiero, por ejemplo, al compromiso social.

En el caso del compromiso económico, con sus más y sus menos, se ha recorrido un camino, a veces más literario que real, sin embargo sus frutos en términos de ocupación y mejora del sistema ciencia y tecnología son suficientemente significativos como para considerar la tercer misión como asumida; paradójicamente en relación con el compromiso social se hecho poco. Los universitarios estamos acostumbrados a las declaraciones que luego no se concretan en hechos. Nos cuesta confrontar aquello que decimos que somos, con lo que hacemos para serlo. Como muestra un botón: el caso de los valores. Muchas veces hablamos de los valores de la universidad; normalmente para decir que hay que preservarlos y con esta declaración evitar que se cambien algunas cosas más prosaicas pero sustanciales. Lo decimos sinceramente. Intuimos que lo que hacemos en la universidad, y en la forma como lo hacemos, tiene su origen o está fundamentado en unos valores asumidos y que hay que preservar. Pero cuando nos ponemos a pensar qué se hace realmente para contribuir a su implantación y a su difusión entre la comunidad, descubrimos que se hace muy poca cosa, que no están contemplados en el presupuesto ni en la organización, y que es más una realidad cultural asumida que un compromiso real.

Pues bien, puestos a ir más allá de la contribución de la universidad al desarrollo económico que está ya codificado, y que si de veras se concretase en mayor ocupación y mayor renta promedio, no estaría nada mal, podríamos entrar profesionalmente en la contribución de la universidad al desarrollo social. O mejor dicho, en la contribución de la universidad al bienestar social de sus colectivos y de su área de influencia territorial, tal y como decíamos anteriormente para el desarrollo económico. En este ámbito hay mucho trabajo por hacer. Se trata de listar aquellos campos en los que la universidad, sin apartarse de su primera y segunda misión, y de una interpretación sanamente economista de la tercera, puede hacer por las personas y posteriormente, una vez identificados, ponerse a trabajar. Cosas por hacer o mejorar, las hay y muchas. Por ejemplo: atención a la discapacidad, la accesibilidad en casos especiales, atención a los problemas personales graves de alumnos, profesores y personal de administración y servicios, orientación profesional en los itinerarios personales, académicos y profesionales, inserción laboral, voluntariado, cooperación con el desarrollo, género, etc. En fin, creo que es un tema a considerar con atrevimiento y recursos.

Francesc Solé Parellada
Vicepresidente Fundación CYD

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