El doctorado industrial

Estamos en plena operación “cambio de modelo productivo”. De un modelo basado, en una parte demasiado grande, en actividades de poco valor añadido y con escasa participación del talento, debemos pasar a un nuevo tejido que incorpore una mayor dosis de conocimiento y de competitividad en la escala mundial.

Esta es la receta. ¿Cuál es el medicamento?

El medicamento es un principio activo del cual, por suerte, nuestro país está bien surtido. Se trata de los doctores, unos personajes que surgen de una manera relativamente abundante de nuestras universidades pero que no se acaban de incorporar a nuestro sistema de innovación, al sistema al que hemos encargado la misión de aumentar la competitividad de nuestras empresas.

Veamos algunos datos: en nuestro país, el porcentaje de doctores que trabaja en una empresa no supera el 10%, mientras que en Estados Unidos el porcentaje es del 50%. Una diferencia demasiado elevada y que, sin duda, influye en la composición de las estructuras productivas de ambos países.

En realidad nuestros doctores parecen sentir una especial atracción por la investigación pura, por la publicación y, en definitiva, por el sector público. Y no parece que les vaya mal, si atendemos a que estamos hablando de un colectivo cuya tasa de desempleo es prácticamente nula, a pesar de que, evidentemente, no es ajena a este dato la reciente y creciente emigración hacia otros países con mayor receptividad a este tipo de talento.

Pero esto va a cambiar: el mercado público ya no va a absorber las cifras anteriores y el mercado privado – las empresas – van a necesitar crecientes dosis de talento, de un talento especial que sepa dónde está el conocimiento, cómo captarlo y cómo transmitirlo. De un talento que sabe idiomas y que se ha formado en un ambiente internacional. Este es el tipo de talento que se les supone a los doctores.

Transformar el mercado no es una tarea fácil, en la medida en la que significa un notable cambio cultural y de tradición, tanto para doctores como para empresas. Pero hay un hecho incuestionable: los 10 personajes que lideran el mundo científico ocupan esta posición porque han colaborado – o colaboran – con las empresas más punteras del mundo. Compaginar academia y empresa no solo no es incompatible sino que es un complemento y un plus que aporta beneficios para ambas partes.

Hace ya 10 años que la Fundación CYD convocó una jornada de trabajo para tratar este tema, y desde entonces han ido apareciendo una serie de programas con una eficacia ciertamente descriptible. Ahora la Generalitat de Catalunya nos propone una acción – “Doctorado industrial” (que fue el tema que ocupó el último desayuno organizado por la Fundación CYD) con unos planteamientos muy probados en otros países europeos – Dinamarca, por ejemplo – y que debería merecer el máximo apoyo e interés de las organizaciones empresariales, porque es precisamente el medicamento que puede sanear nuestras estructuras productivas. No tan solo – como se suele pensar – puede beneficiar a las grandes empresas y corporaciones, sino principalmente al colectivo de PIMEs que son quizás las más necesitadas.

Como decía el responsable del Programa y Director General de Universidades – Dr. Lluís Jofre – si el programa ICREA – 200 investigadores de nivel internacional en 10 años – y el programa Serra Hunter – con una cantidad similar de profesores – han producido cambios notables en nuestro sistema universitario, debemos esperar que el “Doctorado industrial”, con unas cifras similares, se convierta en una auténtica palanca de cambio para nuestro modelo productivo.

Es la medicina que necesitamos. ¡Y la tenemos!

Francesc Santacana
Vicepresidente Fundación CYD
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