“Resulta patente la vigencia de la función tradicional de la universidad: transmisión de conocimientos e investigación de excelencia. Esta realidad no se ha visto alterada por el nuevo escenario global. La única consecuencia de la ampliación de escenario es que la competencia para alcanzar un alto nivel de excelencia resulta ahora más dura que antes, y si se añade el hecho de que el crecimiento económico está ligado al conocimiento, se llega a la conclusión de que la relación entre la universidad y la empresa se ha convertido en un tema prioritario de la política del país.”
Esta larga cita corresponde a una editorial de La Vanguardia (11 de noviembre de 2.011), que construye esta línea de razonamiento en base, parece, a datos del Barómetro de la Fundación CYD.
Más allá del contenido global de esta editorial, me parece interesante pararnos a reflexionar sobre una de las frases de su introducción: “esta realidad –la universidad- no se ha visto alterada por el nuevo escenario global excepto por el cambio de escenario que implica un aumento de la competencia”.
Caramba!! Casi nada… soló un aumento de la competencia! Tan solo hace falta pensar en cuantas empresas y sectores enteros han desaparecido por este cambio de escenario, que implica un endurecimiento de las condiciones.
Es evidente que la competencia cambia las cosas en profundidad. Quizás a corto o a medio plazo, pero las cambia. Y aquéllos que no lo quieren reconocer y que se aferran a lo habitual “como si nada hubiese pasado” creo que tienen un futuro incierto.
Además, este nuevo escenario global al que se refiere la editorial, no sólo altera el tamaño de la competencia –entendida como más actores en juego- sino que altera la “forma y función“ de actuar de este “mercado”: modifica y plantea un nuevo paradigma.
Veamos. La visión central del campus universitario, en nuestra sociedad y en nuestra nueva sociedad del conocimiento, está variando. El mundo del conocimiento, como argumenta el director del Institute for the Future – A. Townsend- se está transformando en un ecosistema policéntrico , en una gran nube en la que la colaboración entre una gran variedad de agentes es la regla.
El filósofo Daniel Innerarity – “La democracia del conocimiento” – argumenta en la misma dirección al decir que “en la sociedad del conocimiento la universidad ha perdido su posición de monopolio como institución central en lo que se refiere a la producción del saber…”
Y, sin embargo, nadie pone en duda la importancia creciente de la universidad en nuestra sociedad.
El mismo Innerarity afirma “por supuesto que las universidades siguen siendo las principales instituciones en las que el saber es institucionalizado, lo que en una sociedad inestable tiene una especial significación, pero se sitúa ya en un contexto de producción policéntrica del saber”.
Creo que este nuevo paradigma no es un escenario negativo para las universidades. Más aún, creo que es un gran éxito de nuestra universidad y, a la vez, un gran reto para su futuro.
Un gran éxito porque desde siempre –y, por lo que nos interesa ahora, desde hace más de 50 años- las universidades han sido las propias impulsoras y protagonistas de este cambio, desde la centralidad a la “nube”. Parques científicos, centros de investigación que cooperan con empresas punteras y que contribuyen a su desarrollo (en los sucesivos Informes CYD hay buenos ejemplos), aportación de nuevas visiones sobre conceptos tan diversos como la “open innovation” – que nace en Berkeley y que ha sido la raíz misma de este policentrismo – o el “Design Thinking” que se origina en Carnegie Mellon University.
Es, en general, desde la propia universidad desde la que nace y se desarrolla el nuevo paradigma.
Es un gran reto, ya que el desarrollo de este nuevo escenario plantea modificaciones adaptativas para el conjunto del sistema universitario, con el objetivo de que la pérdida del “monopolio” no sea una amenaza sino una gran oportunidad. Una oportunidad para aumentar el potencial del conjunto de actores que operan en la “nube” de la formación y de la investigación. Y, sin duda, las buenas universidades se están ya beneficiando de estos cambios.
En este sentido, por lo tanto, es obvio que la relación universidad-empresa es un tema prioritario para la política del país. Pero para la POLÍTICA en mayúsculas, porque lo crucial no consiste en afirmar que la relación entre universidades y empresas es importante – siempre lo ha sido-, sino en reconocer que la realidad “se ha visto alterada”, que hay que ser consciente de ello y que, en consecuencia, hay que proponer y actuar.
Mi colega en la vicepresidencia de la Fundación CYD, el profesor F. Solé Parellada, apuntaba en un reciente Simposio sobre “Universidades, innovación y territorio” (Catalunya empresarial sep/oct 2.011) algunas ideas al respecto, al defender “una universidad gestionada como una empresa del conocimiento, que impulse su tercera misión y, por tanto, que cambie los diseños organizativos, los incentivos, la estrategia, y se enfoque a las demandas de la sociedad”. Es una propuesta sensata pero que implica decisión más allá del discurso.
Concluyo. “Es patente la vigencia de la función de la universidad…”, cierto, pero el cambio de escenario va un poco más allá de un simple endurecimiento de la competencia.
Vicepresidente Fundación CYD