En medio de la debilidad de la economía y del grave problema del paro, el potencial de las universidades para contribuir a la prosperidad de nuestra sociedad está inexplorado.
Esta es una de las primeras frases introductorias de un texto que la Comisión Europea acaba de publicar y que creo será un referente para nuestras reflexiones[1]. Más aún, debería ser un referente para nuestras políticas.
Tres son las ideas de las que parte el documento:
1.- La economía del conocimiento necesita personas con una adecuada mezcla de competencias y conocimientos: transversalidad, creatividad, flexibilidad y, lógicamente, una buena comprensión de su campo de especialización.
2.- Los empleadores – públicos y privados – manifiestan crecientes desajustes y dificultades para encontrar personal adecuado para unas necesidades en constante evolución
3.- Las universidades persiguen la excelencia en demasiadas áreas
La primera conclusión parece obvia: para crear empleo y salir de la crisis, “Europa necesita una amplia diversidad de instituciones de educación superior y cada una de ellas debe aspirar a unas líneas de excelencia de acuerdo con su misión y sus estrategias prioritarias”.
Se apuntan pues tres conceptos que me parecen importantes: diversidad frente a homogeneidad, en el sentido de que un sistema universitario homogéneo no parece útil para lo que la sociedad necesita en la actualidad; unas instituciones de educación superior que, por tanto, van más allá de las universidades; y unas universidades con estrategias prioritarias. Es decir, se plantean unos objetivos concretos de acuerdo con sus potencialidades, su entorno y su misión.
Creo que estos tres conceptos deberían ser la guía de la reforma que se precisa en nuestro sistema universitario, porque es a partir de ellos que se estaría en condiciones de abordar con mayor precisión otros temas que, hasta el momento, protagonizan el debate (gobernanza, financiación…).
Unas universidades diversas significa unas universidades con autonomía de decisión; autonomía de decisión que parece un elemento indispensable para fijar estrategias y prioridades.
Es en este sentido que deberíamos enmarcar el debate de la gobernanza y el de la financiación. Por otro lado, de este mismo principio se han de derivar los temas del acceso y de la calidad que fueron abordados en el reciente encuentro que la Fundación CYD y la CRUE celebramos en Santander.
Lo importante es pasar de estos enunciados a la realidad, es decir, a la reforma. Y en este sentido, el texto al que me refiero señala a los responsables de la misma: los estados, las propias instituciones y –esto parece nuevo-, la Unión Europea dado que los retos y las políticas trascienden de las fronteras nacionales.
A partir de aquí el documento entra a comentar los apartados de la reforma: aumentar el número y la calidad de los graduados, crear unos eficientes sistemas de gobernanza y de financiación, reforzar el famoso triángulo del conocimiento y promover la internacionalización.
Se deberá leer con atención pero creo que la primera conclusión a la que he hecho referencia marca un norte muy preciso de por donde hay que ir. Nuestros políticos lo deberían tener presente y actuar en consecuencia. La modernización de la economía y el paro son temas demasiado graves y urgentes para seguir debatiendo sobre un modelo universitario que parece haber llegado al techo de lo que puede aportar.
Francesc Santacana Martorell
Vicepresidente Fundación CYD