Parece como si el compromiso de las universidades con el desarrollo económico en su área territorial de influencia, fuese antitético con otros compromisos culturalmente más internalizados por los colectivos universitarios. Me refiero, por ejemplo, al compromiso social.
En el caso del compromiso económico, con sus más y sus menos, se ha recorrido un camino, a veces más literario que real, sin embargo sus frutos en términos de ocupación y mejora del sistema ciencia y tecnología son suficientemente significativos como para considerar la tercer misión como asumida; paradójicamente en relación con el compromiso social se hecho poco. Los universitarios estamos acostumbrados a las declaraciones que luego no se concretan en hechos. Nos cuesta confrontar aquello que decimos que somos, con lo que hacemos para serlo. Como muestra un botón: el caso de los valores. Muchas veces hablamos de los valores de la universidad; normalmente para decir que hay que preservarlos y con esta declaración evitar que se cambien algunas cosas más prosaicas pero sustanciales. Lo decimos sinceramente. Intuimos que lo que hacemos en la universidad, y en la forma como lo hacemos, tiene su origen o está fundamentado en unos valores asumidos y que hay que preservar. Pero cuando nos ponemos a pensar qué se hace realmente para contribuir a su implantación y a su difusión entre la comunidad, descubrimos que se hace muy poca cosa, que no están contemplados en el presupuesto ni en la organización, y que es más una realidad cultural asumida que un compromiso real.
Francesc Solé Parellada
Vicepresidente Fundación CYD