Un puente es más que un puente. El de Øresund, entre Copenhague (Dinamarca) y y Malmö (Suecia), abierto en el año 2000, juega un papel esencial para los países implicados. Permite a Suecia acceder al resto de Europa de una manera mucho más sencilla y a los daneses viajar y tener actividades y residencias más baratas que en su país. Desde luego, la actividad económica entre ambos países se incrementó desde su construcción, pero también otras actividades y a gran escala. Diez años más tarde, el puente ha propiciado una región universitaria compuesta de nueve centros universitarios con un total de 165.000 estudiantes y 12.000 investigadores, duplicando la producción científica conjunta, respecto a la individual anterior, y atrayendo fondos de la Unión Europea hasta el punto de constituir un hub en el norte de Europa, un clúster geográfico de producción científica.
Esta historia materializa algunos de los principios importantes del siglo XXI cuando hablamos de ciudades, de universidades, de regiones, de infraestructuras y de escala global y local interrelacionada. Con todo esto, queremos proponer una nueva misión para las universidades: reforzar su vocación espacial, urbana y regional y su implicación en un entorno territorial activo. Debemos contemplar a las universidades como instituciones urbanas fundamentales que juegan un papel global, pero con significativos impactos directos e indirectos locales, tanto sobre la ocupación, como sobre el urbanismo, la innovación sistémica y específica y el conjunto de la sociedad.
De forma provocativa, Enrico Moretti (La Nuova geografía del lavoro, 2013) ejemplifica la importancia del territorio en relación con el capital humano y el conocimiento con una frase “nel panorama económico attuale non conta tanto che cosa fai o chi consci, ma dove vivi”. De esta forma, la localización deviene un factor esencial. Moretti afirma que la potenciación conjunta de la globalización y de la localización (dinámicas que se retroalimentan) está rediseñando nuestros entornos productivos. Este motor se mueve con facilidad en un entorno: el urbano y el metropolitano. De esta forma, podemos comenzar a comprender la potencia de la alianza entre universidad y ciudad, ya que ambos ámbitos operan con una gran versatilidad como catalizadores y condensadores de los procesos que ligan lo global con lo local, lo móvil con lo fijo, el elemento social con el espacial, la dimensión genérica con la particular…
¿Ciudad universitaria o ciudad con universidad? Las universidades tienen la posibilidad de estar en la ciudad o de ser de la ciudad, mientras las ciudades pueden ser universitarias o sencillamente contener universidades. De las cuatro posibilidades dibujadas, la segunda (universidad de la ciudad) y la tercera (ciudades universitarias) conforman el escenario de convergencia ideal de gran potencial. Las otras dos (universidad en la ciudad y ciudades con universidad) no dejan de ser situaciones que hacen referencia a dinámicas pasivas, de un gran impacto en algunos casos, pero pasivas.
Por último, es necesario introducir un matiz fundamental: a pesar de la insistencia en hablar de ciudades, tenemos que entender que las nuevas geografías de la economía, de la producción y del conocimiento que se están gestando, adoptarán en el futuro la forma de megaregiones, de corredores urbanos, de city-regions. Esta realidad nos mueve a pensar en los Knowledge pipelines que algunos autores han defendido, los “conductos” del conocimiento, que, como los oleoductos, unen centros productores. Estas conexiones son fundamentales porqué ninguna región metropolitana ni ningún país será autosuficiente en la producción y uso del conocimiento.
Que la educación es un acto social y económico es evidente. Un sistema universitario público regional, por ejemplo, como es el valenciano, es capaz de generar 1,9 euros por cada euro invertido, pero la educación es también un acto espacial. Acto espacial como acto urbano y como un proceso enraizado en el territorio. Y es que las universidades son place based institutions. Con esta expresión queremos enfatizar que las actividades altamente intensivas en conocimiento ( y las universidades lo son) se producen en entornos de rendimiento de escala constantes donde el factor espacial, asociado a la ciudad o al área metropolitana, es menos relevante.
Tenemos que entender el importante factor de espacialidad del conocimiento (su relación cualitativa y cuantitativa con el espacio) y si no entendemos su papel como institución clave en la economía global urbana que nos rodea, no entenderemos nada. ¿Podría ser esta la cuarta misión de la universidad? Después de la primera y la segunda misión (la formación y la investigación respectivamente) y el énfasis más reciente en una tercera (la responsabilidad social mediante la transferencia, el servicio y la cooperación), ¿podría ser la vocación espacial del acto académico la cuarta misión? Vocación espacial que debería recoger un sentido global del lugar, y a la vez confirmar una red territorial de conocimiento. Es necesario entonces apostar por una universidad enraizada en el lugar, por un refuerzo de la dimensión espacial de la universidad mediante una política sensible al espacio y por un clúster espacial del conocimiento sensible a un entorno cada vez más global.
Josep Vicent Boira
Departamento de Geografía de la Universitat de València.