Simulamos o disimulamos / La simulación. Vamos cerrando el círculo.

Simulamos o disimulamos
Simular significa, según el diccionario de la Real Academia “representar algo fingiendo o imitando lo que no es”. Pero, después de leer el sugestivo discurso de Juan Antonio Zufiria, presidente de IBM España, Portugal, Israel y Grecia, con motivo de su ingreso en la Real Academia de Ingeniería (28 nov.2011) creo que convendría matizar esta definición.
La simulación, según sus palabras, no finge lo que no es; la simulación se ha convertido en una nueva herramienta de la ciencia que se une a las más tradicionales de la teoría y la experimentación. El significativo poder de esta herramienta está abriendo nuevas perspectivas a la ciencia y a la tecnología. Y, por lo tanto, a la innovación y a la empresa.

Zufiria menciona, a modo de ejemplo, alguno de los campos más representativos donde la simulación está ya en plena operatividad: predicciones climáticas, ingenierías petroleras, nuevos fármacos, diseño de vehículos y… todo lo que queramos o podamos imaginar.
Sin embargo, más allá del viaje al futuro que nos propone a lo largo de su discurso sobre la supercomputación, me interesa destacar aquí las implicaciones que se derivan para los procesos de formación y desarrollo del conocimiento: ¿Cómo formamos una nueva generación de profesionales, capaz de generar el máximo valor positivo del nuevo sistema tecnológico?

Parece claro que la aparición de nuevos y más profundos espacios de intersección entre la tecnología y los procesos sociales y económicos ha de implicar, necesariamente, una actualización del tipo y de los sistemas. Seguramente en la línea que propugnó el ex presidente de la Universidad de Harvard, L.H. Summers, en un reciente artículo del New York Times – que he comentado en un blog anterior- sobre lo que debería ser el nuevo modelo educativo propio de un mundo en constante cambio.

Zufiria nos plantea ya escenarios de cambios radicales y se interroga sobre si “¿no será necesario construir una mirada académica que de respuesta a este nuevo paradigma?”

Lo que decía: simular ya no significa fingir algo que no es; simular es plantearse escenarios ya reales o cuasi reales que exigen nuevos actores y nuevos decorados. ¿Los tenemos? ¿ Los importamos? ¿O quizás sería mejor formarlos?

Francesc Santacana Martorell 
Vicepresidente Fundación CYD

La simulación. Vamos cerrando el círculo. 

Cuando hablamos de formación hablamos de trasmitir conocimientos, habilidades, competencias, valores etc. Se trata de aumentar las capacidades y los comportamientos de las personas en relación con unos objetivos. En el caso de la universidad el objetivo resulta ser el de producir buenos profesionales y mejores ciudadanos y personas. Claro que también se puede ir a la universidad a instruirse y a pasarlo bien, ¿Por qué no? En todo caso el país gasta ingentes cantidades de dinero y los estudiantes, recursos, tiempo y esfuerzo más para lo primero que para lo segundo.

Una vez expresada esta obviedad, que aunque parezca raro, ha tardado en ser compartida mayoritariamente, se presenta el problema de transformar los objetivos en realidades. Ahí es donde intervienen las leyes, los estatutos, la estrategia y la gestión. Como decía Sócrates: “ formar ciudadanos no es nada fácil, es mucho más fácil adiestrar caballos”. Aquí es donde llegamos a la simulación. Hacer aprender quiere decir situar a los alumnos ante situaciones parecidas a las que se van a encontrar en la vida profesional y en la vida corriente y darles instrumentos para que resuelvan con rigor, profesionalidad y ética los diferentes retos que se les presentan. Todo lo demás es dar información que a menudo se olvida o se conserva en la parte de la memoria que lleva la etiqueta de curiosidades. Todos aquellos que han intentado aprender inglés o a tocar el piano saben por experiencia que recibir información no es suficiente, que hay que automatizar respuestas y comportamientos y el sistema de hacerlo es simular la realidad y entrenar dentro de este marco. El tan traído y llevado método del caso no es otra cosa y la enseñanza por proyectos es más de lo mismo.

Una vez resuelta la incógnita de “cómo hacerlo” hace falta hacerlo y aquí es donde entra la gestión, el liderazgo, y finalmente el atrevimiento y el compromiso por parte de los responsables de la enseñanza universitaria y el esfuerzo continuado por parte de los alumnos. Es decir, aquí es donde se trata de ponerle el cascabel al gato.

Francesc Solé Parellada
Vicepresidente Fundación CYD

Temas:

Noticias relacionadas


Suscríbete a CYD News

La ventana de la Fundación CYD a las principales noticias sobre la universidad, su contribución al desarrollo y su relación con la sociedad.